lunes, 5 de febrero de 2018

VAMOS A UN CURSILLO

Si algo me ha caracterizado desde que empecé a trabajar (a antes, incluso) es la de estar actualizándome continuamente sobre todo a nivel didáctico. Ni que decir tiene que mi profesión necesita de esa actualización porque la forma de enseñar y las estrategias y métodos que empleamos los profesores para ello no pueden ser las mismas desde que uno o una se enfrenta a un grupo de alumnos por primera vez hasta el último de sus días de clase. 

Este curso 2017/18 es el número 27 de los que trabajo. Se dice pronto. Cuando allá con 21 años me fui a Ciñera de Gordón en mi primera salida del nido familiar completamente independiente y me pusieron delante de varios grupos de alumnos, en alguno de los cuales había muchachos y muchachas a las que solo sacaba 7 años de diferencia, han pasado muchas cosas. Y por supuesto, podría considerarme entonces un inexperto total, pero con un entusiasmo inmenso. 25 chicos y chicas de 8º de EGB que se quedaron un tanto atónitos por la persona que tenían delante cuando el primer día de clase acerca la silla a la mesa del profesor, se sube a ella y de ahí a la mesa para descolgar el crucifijo que estaba encima del cuadro de los por entonces Reyes de España Juan Carlos I y Sofía de Grecia. Ahí ya demostraba mi rebeldía contra determinados corsés del sistema y el no ser un profesor convencional.

Pero como decía, una de las facetas de esta maravillosa profesión es la necesidad de actualizarse. Las administraciones educativas establecieron por aquel entonces una estructuras de formación del profesorado por las que todos debíamos pasar cada x tiempo no solo para recibir esos nuevos aires pedagógicos sino también para poder ir cobrando más con el paso de los años al haberse aprobado recientemente un nuevo complemento económico vinculado con las horas de formación recibidas. Además, legalmente el horario de trabajo de un maestro se establece en 37'5 horas de trabajo semanales, de las cuales 25 son directamente con alumnado, 5 en el centro educativo para funciones de coordinación, reuniones académicas, tutoría de padres, etc., y las 7 y media horas restantes para trabajo personal y formación. Así que allí en aquellas montañas de la Cordillera Cantábrica a 40 km de la ciudad más grande, León, era obligado acercarse a la capital para asistir a las diferentes actividades que nos proponían en todas las materias y con todas las didácticas y experiencias innovadoras que surgían.

La oferta era inmensa: jornadas, cursillos, seminarios, grupos de trabajo... Yo me centraba sobre todo en la especialidad por la que había accedido a la profesión, Educación Musical, y además irte por la tarde a León constituía una válvula de escape de aquel pueblecito en el que, si no recuerdo mal, había un economato vinculado a la mina que daba trabajo prácticamente a todo el pueblo, alguna pequeña agencia de seguros y 13 bares. Todo hay que decirlo, fue un año maravilloso, tal vez el mejor de mi carrera profesional por el mundo que se abría ante mí, por el cambio de vida que experimenté, por los compañeros que me acogieron en aquel "San Miguel Arcángel", por la gente que conocí y con la que aún tengo cierto contacto y porque, en fin, empezaba realmente mi vida adulta en todos los sentidos.

No me quiero ir por las ramas que me invade la nostalgia. La formación continuó en los años sucesivos, en Ponferrada, en Tapia de Casariego (donde nos juntábamos varios profesores de Música de Primaria del Occidente de Asturias para preparar materiales que aplicar al aula, tanto de danza como de audición o de expresión instrumental) y mi currículo se fue llenando de actividades muy variopintas, con ponentes muy buenos y con otros pésimos. Hice también formación en instituciones privadas, destacando unos cursillos que se hacían en Vigo en Semana Santa con el profesor de la Universidad de Lovaina Joss Wuytack, discípulo de Carl Orff y creador de un método de pedagogía musical fundamental para todo aquel que quiera impartir docencia de esta área en Primaria.

A medida que iban pasando los años comencé a ser muy crítico y selectivo con la formación que recibía. En una ocasión, en Asturias, llegué a levantarme de unas jornadas en la Universidad de Oviedo y salir del aula después de manifestar al ponente que teníamos en aquel momento que era una tomadura de pelo hacer juntar a cientos de profesores asturianos un sábado para mostrarles unas diapositivas de cómo los toxicómanos acceden a las drogas y de cómo las usan, enseñándonos incluso la manera de hacer un porro (literal). Teniendo en cuenta que esa mañana los profesores que habíamos ido desde Tapia nos habíamos levantado a las 7 y media de la mañana para llegar en hora al inicio del curso a Oviedo, pues mi cabreo era monumental.

Ese sentido crítico continúa y 27 años después te ves metido en varias actividades de formación que te certifican con 20, 30 o 50 horas y realmente aprovechas el 20%. Algunas, de obligado cumplimiento por parte de la Consellería de Educación, han sido completamente tediosas o apartadas de la realidad de las aulas; otras más aprovechables porque el grupo de profesores que asistimos pedimos menos teorizar y más práctica. He hecho de todo: desde formarme a nivel de las tecnologías de la información y de la comunicación cuando empezó la revolución informática en las aulas, cursillos de música, jornadas de bibliotecas escolares, seminarios de programación e innovación didácticas, experiencias para implantar metodologías que desarrollen los talentos, etcétera, etcétera.

Incluso durante dos años estuve trabajando como asesor de formación del profesorado después de haber superado el proceso de selección que cada año convoca la Consellería de Educación, teniendo bajo mi control y el de dos compañeros más la zona educativa de Vilagarcía de Arousa, en un local en el que no tuvimos teléfono hasta el mes de abril, año del que recuerdo ir con tarjetas telefónicas a llamar a cabinas públicas para ponerme en contacto con los centros educativos. Básicamente, tercermundista.

Pero todo fueron experiencias de las que saqué algo en limpio. Mucho en "sucio", también es verdad, pero cosas importantes en limpio. Lo mejor que he sacado ha sido conocer a otros compañeros y compañeras que hacen actividades realmente motivadoras e innovadoras en sus aulas. Aprender, por ejemplo, las estrategias del enfoque constructivista para el aprendizaje de la lectoescritura o aplicar en el área de Plástica únicamente materiales de reciclaje y/o naturales, haciendo verdaderas obras de arte por una profesora de un colegio en el concello de Valga (Pontevedra) que era espectacular. Llegué incluso a irme a Hungría 15 días en verano a un curso de otro método de pedagogía musical, el método Kodály, país en el que los asistentes al curso llegamos a celebrar un concierto en la basílica más grande del Estado, en la ciudad e Ezstergom, e incluso cantar a coro por las plazas de Budapest y los ciudadanos húngaros aplaudirnos. De aquella experiencia quedaron en el corazón muy buenos amigos en Murcia, en Ponferrada, en México, donde viven Carlos y Rosario y con los que ahora estoy en contacto gracias a Facebook pero que no nos hemos vuelto a ver desde entonces, aunque el cariño está ahí y sabemos que algún día volveremos a juntarnos.

¿Y todo este rollo por qué? Pues porque este año en mi centro nos hemos metido en dos actividades más: un proyecto de robótica y un pequeño grupo de trabajo para actualizar la página web del centro. Y las cosas han mejorado un poquito, ya que hay mucha estructura y asesores y todo se hace on-line, pero la asistencia presencial para mí es fundamental porque el intercambio de experiencias educativas y de emociones que genera la acción en el aula con el alumnado es la esencia de todo. Y sí, cada 6 años tenemos que justificar 100 horas de formación para cobrar ese suplemento en la nómina, los llamados "sexenios", pero yo seguramente paso de 1000 sin dudarlo, por lo que no voy a la formación por cobrar más, sino porque mi trabajo me hace exigirme mejorar y llevar al aula lo mejor, que de eso se trata. Así que seguiremos en ese camino porque me gusta, porque disfruto la mayoría de las veces y porque, de una manera u otra, repercute en la calidad de la enseñanza... o eso creo ;)



1 comentario:

  1. Lo que es la vida: ayer estuve escribiendo sobre el nuevo chocolate del loro: "las certificaciones" y todo el mercado de cursillos alrededor de la formación en las empresas.

    En fin: efectivamente, hay que estar aprendiendo constantemente, que es lo importante (yo estoy en contra de toda la milonga que las empresas de formación están formando para hacer que el gasto sea recurrente, sin que lo aprendido sea realmente diferente de lo que se impartió una vez).

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